Marcela Bazterrica ( marbazterrica@yahoo.com.ar ) envía esta nota desde lanacion.com.
Comentario: Les envío este artículo que realmente vale la pena leer. Un trabajo publicado en el suplemento "Enfoques" del diario La Nación del domingo 17 de mayo, que pone en primer plano el tema que se viene hablando hace mucho tiempo: la desaparición del diario en su suporte papel y el rol que en su detrimento juega, la versión digital. En contraposición con este hecho, señala el trabajo, el periodismo está atravesando su edad de oro en cuanto al desarrollo de la materia, al margen, por supuesto, del fenómeno de los despidos masivos que se vienen produciendo en los diarios más importantes del mundo. Ahora si, saludos, y los dejo con el artículo que es bastante extenso.
Periodismo El futuro de los diarios
La revolución digital y la expansión de la banda ancha inauguraron nuevas formas de estar informado que hoy ponen en aprietos a los grandes diarios del mundo. Obligados a reinventarse como plataformas multimedia, los periódicos enfrentan los desafíos de conquistar nuevas audiencias y diseñar un nuevo modelo de negocio en tiempos de incertidumbre
Por John Carlin
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1128860 enviá tu comentario
viernes, 22 de mayo de 2009
jueves, 21 de mayo de 2009
LA ABUELA BLOGERA
María Amelia López, la abuela que a sus 95 años dejó de un lado los temores a internet y se animó no sólo a conectarse sino a actualizar un blog, murió este jueves en la Coruña, España, a los 97.
Conocida mundialmente como “la abuela bloguera”, la anciana había cobrado fama con su blog “A mis 95 años” que inauguró el día que cumplió esa edad, el 22 de diciembre de 2006.
Apenas publicado, el sitio se convirtió en uno de los blogs más visitados y comentados de la red, algo que le valió el premio “Los mejores blogs”, entregados por la cadena de televisión internacional alemana “Deutsche Welle” a la mejor lengua española.
Sin embargo, parte de ese mérito corresponde a su nieto, quien, lejos de creer en la aparente resignación de los abuelos por conocer ese universo misterioso de la web, le regaló a María Amelia el blog con motivo de su cumpleaños. Así, ella podría contar sus vivencias y evitar sentirse sola, reflexionó su nieto, ya que “tenía la moral caída” porque sus amigas habían fallecido.
En una entrevista concedida tiempo atrás a la agencia Efe, la “abuela bloguera”reconoció que era "adicta a internet". "La banda ancha me entusiasmó, me abrió una ventana al mundo en la que puedo aprender muchísimas cosas", respondía, jovial.
María Amelia también se mostró encantada por las personas que la escribían desde todos los puntos del mundo: "Me quieren aunque nunca me hayan visto".
"Amigos de Internet, hoy cumplo 95 años. Me llamo María Amelia y nací en Muxía el 23 de Diciembre de 1911. Hoy es mi cumpleaños y mi nieto como es muy cutre me regaló un blog. Espero poder escribir mucho y contaros las vivencias de una señora de mi edad", contaba la abuela bloguera el día que inauguró su bitácora.
ESTER Marcos
Conocida mundialmente como “la abuela bloguera”, la anciana había cobrado fama con su blog “A mis 95 años” que inauguró el día que cumplió esa edad, el 22 de diciembre de 2006.
Apenas publicado, el sitio se convirtió en uno de los blogs más visitados y comentados de la red, algo que le valió el premio “Los mejores blogs”, entregados por la cadena de televisión internacional alemana “Deutsche Welle” a la mejor lengua española.
Sin embargo, parte de ese mérito corresponde a su nieto, quien, lejos de creer en la aparente resignación de los abuelos por conocer ese universo misterioso de la web, le regaló a María Amelia el blog con motivo de su cumpleaños. Así, ella podría contar sus vivencias y evitar sentirse sola, reflexionó su nieto, ya que “tenía la moral caída” porque sus amigas habían fallecido.
En una entrevista concedida tiempo atrás a la agencia Efe, la “abuela bloguera”reconoció que era "adicta a internet". "La banda ancha me entusiasmó, me abrió una ventana al mundo en la que puedo aprender muchísimas cosas", respondía, jovial.
María Amelia también se mostró encantada por las personas que la escribían desde todos los puntos del mundo: "Me quieren aunque nunca me hayan visto".
"Amigos de Internet, hoy cumplo 95 años. Me llamo María Amelia y nací en Muxía el 23 de Diciembre de 1911. Hoy es mi cumpleaños y mi nieto como es muy cutre me regaló un blog. Espero poder escribir mucho y contaros las vivencias de una señora de mi edad", contaba la abuela bloguera el día que inauguró su bitácora.
ESTER Marcos
lunes, 18 de mayo de 2009
Acentos
Este artículo lo enviió Edilia Poggi
Por Enrique Pinti
Dom. 17 de mayo de 2009 – La Nación Revista
Cada pueblo va construyendo un lenguaje, unas determinadas formas de hablar y expresar sus sentimientos y sus opiniones. Las épocas cambian y ese código de comunicación va tomando distintos giros y matices, pero conservando el tono y el acento madre del idioma original. Así, un español del Sur no habla como uno del Norte; un norteamericano de Nueva York tiene un acento diferente del que se crió en Florida, y un argentino cordobés se diferencia mucho de un porteño o un correntino. Pero todos hablan español o inglés. Esos diferentes acentos nacen de coordenadas sociales y regionales que tienen sus raíces en las tradiciones centenarias de esos pueblos y, por lo tanto, deberían ser respetadas, difundidas y explicadas para que todos nos comuniquemos con autenticidad, libertad y pureza. Hubo una época en que esos acentos sirvieron de identificación y pertenencia y, quien más quien menos, todos los conocían, pero previamente al proceso globalizador de los años 80 se comenzó a exigir (por lo menos en los pueblos de habla hispana) una "neutralidad" impersonal que creó híbridos sin gracia ni personalidad. Se había comenzado mucho antes, cuando en los doblajes de las series televisivas se escuchaba "aparca el carro", "va a haber una balacera" y "báñate en la alberca que yo abriré la nevera para saborear un mantecado". ¿Neutro? ¡De ninguna manera! Eso era una jerga idiomática usada en México y parte de América Central. Pero, así y todo, con nuestra tendencia cosmopolita de país abierto a todas las culturas, los argentinos incorporamos en la década del 60 todos esos modismos y los entendimos como en los 40 toda América latina había aceptado y gozado del argot tanguero que difundió el cine argentino de la época, ese que copó mercados y que desde Gardel hasta Libertad Lamarque, pasando por Sandrini, las mellizas Legrand y Niní Marshall, fue el mensajero de nuestro modo de vida y pauta cultural. Pero los 90 trajeron una intolerancia y un encierro idiomático inflexible que borró toda posibilidad de intercambio y acercamiento. Irónicamente, cuanto más comunicación y mayores posibilidades de viajar y conocer hubo, más se redujo el conocimiento de nuestros respectivos lenguajes, y por cuestiones de mercado y predominio cultural foráneo los pueblos fueron perdiendo esa maravillosa cualidad de interpretar y disfrutar de todos los acentos y características regionales que nos hacen diferentes e irrepetibles.
No se trata de convertir al mundo en una caótica Torre de Babel, pero sí de preservar y difundir nuestra cultura tal cual la vamos configurando en el día a día de nuestra existencia, porque sólo "pintando nuestra aldea" podremos ser realmente universales.
Hoy, torpes apetencias globalizadoras han hecho un "puré idiomático", mezcla de salsa, mambo y calé con toques de taco mexicano, cueca chilena y tango acrobático for export que al dinosaurio que esto escribe le parece un disparate. No hay nada que enriquezca más a un individuo que conocer a sus congéneres; no hay cosa más placentera que escuchar, saborear e intercambiar terminologías e idiosincrasias; que son los aspectos exteriores, pero no superficiales que nos hacen únicos e irrepetibles. Por eso, cada vez que se pide "neutralidad" me suena a renuncia forzada de mi personalidad y, también, a desprecio por la inteligencia y la apertura mental de mis hermanos hispanoamericanos. Yo pertenezco a la generación que disfrutó y entendió a Jorge Negrete, Cantinflas y María Félix; a Imperio Argentina, Margarita Xirgu y Lola Flores; que vibró viendo bailar a Carmen Amaya y al ballet folklórico de México; que se divirtió en carnavales inolvidables con joropos, cumbias y tarantelas mezcladas con tangos y milongas. Odio lo neutro, sinónimo de lo híbrido. Somos lo que somos y sólo siendo quienes somos seremos "internacionales" en buena ley. Y así como nosotros supimos el significado de nevera, alberca, aparcar, carro, balacera, coge un taxi, tío, gilipollas, botija o mariachi, que ellos aprendan nuestros heladera, pileta, estacionar, auto, tiroteo, tomate un tacho, pibe, pelotudo, pendejo o tostado mixto. El saber no ocupa lugar y la identidad es lo último a lo que cualquier ser humano debe renunciar.
Por Enrique Pinti
Dom. 17 de mayo de 2009 – La Nación Revista
Cada pueblo va construyendo un lenguaje, unas determinadas formas de hablar y expresar sus sentimientos y sus opiniones. Las épocas cambian y ese código de comunicación va tomando distintos giros y matices, pero conservando el tono y el acento madre del idioma original. Así, un español del Sur no habla como uno del Norte; un norteamericano de Nueva York tiene un acento diferente del que se crió en Florida, y un argentino cordobés se diferencia mucho de un porteño o un correntino. Pero todos hablan español o inglés. Esos diferentes acentos nacen de coordenadas sociales y regionales que tienen sus raíces en las tradiciones centenarias de esos pueblos y, por lo tanto, deberían ser respetadas, difundidas y explicadas para que todos nos comuniquemos con autenticidad, libertad y pureza. Hubo una época en que esos acentos sirvieron de identificación y pertenencia y, quien más quien menos, todos los conocían, pero previamente al proceso globalizador de los años 80 se comenzó a exigir (por lo menos en los pueblos de habla hispana) una "neutralidad" impersonal que creó híbridos sin gracia ni personalidad. Se había comenzado mucho antes, cuando en los doblajes de las series televisivas se escuchaba "aparca el carro", "va a haber una balacera" y "báñate en la alberca que yo abriré la nevera para saborear un mantecado". ¿Neutro? ¡De ninguna manera! Eso era una jerga idiomática usada en México y parte de América Central. Pero, así y todo, con nuestra tendencia cosmopolita de país abierto a todas las culturas, los argentinos incorporamos en la década del 60 todos esos modismos y los entendimos como en los 40 toda América latina había aceptado y gozado del argot tanguero que difundió el cine argentino de la época, ese que copó mercados y que desde Gardel hasta Libertad Lamarque, pasando por Sandrini, las mellizas Legrand y Niní Marshall, fue el mensajero de nuestro modo de vida y pauta cultural. Pero los 90 trajeron una intolerancia y un encierro idiomático inflexible que borró toda posibilidad de intercambio y acercamiento. Irónicamente, cuanto más comunicación y mayores posibilidades de viajar y conocer hubo, más se redujo el conocimiento de nuestros respectivos lenguajes, y por cuestiones de mercado y predominio cultural foráneo los pueblos fueron perdiendo esa maravillosa cualidad de interpretar y disfrutar de todos los acentos y características regionales que nos hacen diferentes e irrepetibles.
No se trata de convertir al mundo en una caótica Torre de Babel, pero sí de preservar y difundir nuestra cultura tal cual la vamos configurando en el día a día de nuestra existencia, porque sólo "pintando nuestra aldea" podremos ser realmente universales.
Hoy, torpes apetencias globalizadoras han hecho un "puré idiomático", mezcla de salsa, mambo y calé con toques de taco mexicano, cueca chilena y tango acrobático for export que al dinosaurio que esto escribe le parece un disparate. No hay nada que enriquezca más a un individuo que conocer a sus congéneres; no hay cosa más placentera que escuchar, saborear e intercambiar terminologías e idiosincrasias; que son los aspectos exteriores, pero no superficiales que nos hacen únicos e irrepetibles. Por eso, cada vez que se pide "neutralidad" me suena a renuncia forzada de mi personalidad y, también, a desprecio por la inteligencia y la apertura mental de mis hermanos hispanoamericanos. Yo pertenezco a la generación que disfrutó y entendió a Jorge Negrete, Cantinflas y María Félix; a Imperio Argentina, Margarita Xirgu y Lola Flores; que vibró viendo bailar a Carmen Amaya y al ballet folklórico de México; que se divirtió en carnavales inolvidables con joropos, cumbias y tarantelas mezcladas con tangos y milongas. Odio lo neutro, sinónimo de lo híbrido. Somos lo que somos y sólo siendo quienes somos seremos "internacionales" en buena ley. Y así como nosotros supimos el significado de nevera, alberca, aparcar, carro, balacera, coge un taxi, tío, gilipollas, botija o mariachi, que ellos aprendan nuestros heladera, pileta, estacionar, auto, tiroteo, tomate un tacho, pibe, pelotudo, pendejo o tostado mixto. El saber no ocupa lugar y la identidad es lo último a lo que cualquier ser humano debe renunciar.
DE MARIO BENEDETTI
Costumbres
Se despiden los amores, las cosas, los paisajes, y no logramos acostumbrarnos. En las hoquedades cavadas en la memoria persisten, cada uno con sus fuegos.
Dijo el fulano presuntuoso /
hoy en el consulado
obtuve el habitual
certificado de existencia
consta aquí que estoy vivo
de manera que basta de calumnias
este papel soberbio / irrefutable
atestigua que existo
si me enfrento al espejo
y mi rostro no está
aguantaré sereno
despejado
¿no llevo acaso en la cartera
mi recién adquirido
mi flamante
certificado de existencia?
vivir / después de todo
no es tan fundamental
lo importante es que alguien
debidamente autorizado
certifique que uno
probadamente existe
cuando abro el diario y leo
mi propia necrológica
me apena que no sepan
que estoy en condiciones
de mostrar dondequiera
y a quien sea
un vigente prolijo y minucioso
certificado de existencia
existo
luego pienso
¿cuántos zutanos andan por la calle
creyendo que están vivos
cuando en rigor carecen del genuino
irremplazable
soberano
certificado de existencia?
Mario Benedetti
viernes, 15 de mayo de 2009
La agonía del libro
José Jiménez Aranda "Bibliófilos"
Por Antonio Elio Brailovsky
Hace muchos años, un joven llamado Neftalí decidió escribir versos. El sopapo que le propinó su padre por dedicarse a ese oficio de maricones lo disuadió, no de la poesía, sino de publicarla con su nombre.
Así, Neftalí Reyes eligió el seudónimo con el que todos lo conocemos: se llamaría Pablo Neruda.
Hoy Neftalí encontraría otros problemas: nadie quiere publicar poesía. No se imprimirían los poemas de Neftalí y simplemente se perderían para siempre. Y si existe otro Neruda escribiendo en las sombras, tal vez no lleguemos a conocerlo nunca.
En un modelo editorial volcado al mercado, alguien decidió hace unos cuantos años que el mercado no absorbería poesía y este género literario dejó de editarse. De este modo, no sólo estamos impidiendo que se conozcan los nuevos poetas.
Neftalí Reyes eligió ser Pablño Neruda porque se inspiró leyendo los poemas del checo Jan Neruda, por quien sentía una gran admiración. ¿Encontraría hay Neftalí una versión castellana de los poemas de Jan Neruda? ¿Alguna mano piadosa los habrá colgado de esa abigarrada confusión que llamamos Internet?
Al dejar de publicar poesía estamos rompiendo una línea de continuidad iniciada mucho antes del nacimiento del idioma castellano, con las poesías amorosas del romano Ovidio, cuyo tono erótico no pudo soportar el emperador Augusto, y por eso lo desterró a un sitio infame.
Hace casi dos mil años que leemos a Ovidio, a quien no pudo destruir la represión de su mojigato emperador. Primero lo leímos en tablillas de cera, después en pergaminos y más tarde en letra impresa. Mientras tanto, los poetas nuevos quedan sujetos al efímero destino de un blog electrónico.
La continuidad de una cultura significa que unos artistas van inspirándose en los anteriores, por supuesto que si tienen oportunidad de conocerlos.
Acaba de terminar en Buenos Aires una de las Ferias del Libro abiertas al público más importantes del mundo, y todos los comentarios se refieren a sus aspectos comerciales. Nos preocupamos mucho menos de lo que ocurre con la promoción de la cultura.
Pero el mercado no siempre es el mejor regulador de todas las cosas. Por influjo del mercado, la poesía dejó de ser rentable. Poco después, el cuento siguió el mismo destino. Si hoy llegaran con su carpeta a una editorial, sin que nadie los conociera, ¿publicarían sus cuentos Horacio Quiroga y Jorge Luis Borges? ¿O se perderían sus obras para siempre?
Este año, en medio de la gran fiesta del libro, el mercado dio otra vuelta de tuerca. Me informan que varias editoriales están reduciendo la edición de novelas.
-Es un año de crisis y en época de crisis las novelas no venden poco -me dicen- Vamos a vender muchos libros de autoayuda.
De modo que empecé a preguntar qué destino tendrían algunas grandes obras de la literatura universal si sus autores fueran noveles en vez de famosos:
-¿Publicarías el "Ulises", de James Joyce, si el autor fuera desconocido? -pregunto.
-No -me contestan- es demasiado difícil de leer.
-¿Publicarías "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust?
-No, es demasiado largo. Me cuesta mucho vender un libro de más de 200 páginas.
-¿Publicarías "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez, si nadie conociera al autor?
-No, es demasiado complicado. Vendemos mejor los libros sencillos.
No sé si será cierto, y en el marco de este comentario tal vez tenga poca importancia. Lo que sí es cierto es que someter la cultura exclusivamente a las reglas del mercado está dañando severamente nuestro patrimonio literario.
En un contexto en el cual cada uno de los actores destaca las responsabilidades de los otros, el libro se transforma en un objeto descartable. El mercado (metáfora que habla de las acciones de muchos seres humanos concretos) está tratando a los libros como si fueran revistas, con una vida útil cada vez más reducida. Para realizar ganancias (o solamente para sobrevivir) hay que editar continuamente nuevos libros que desplacen a los anteriores. Para resguardarse de la crisis, hay que reducir la tirada y subir el precio.
En consecuencia, el público compra menos. La respuesta de los organizadores de la Feria no es promocionar la lectura sino reducir la presencia de un público que mira los libros como objetos de lujo.
Los libros que sobran a menudo se destruyen en vez de enviarlos a las mesas de saldos, para evitar que el libro barato compita con el libro caro que acaba de editarse.
¿Queda acaso el resquicio de las ediciones de autor?
No, de veras que no. Acabo de hablar con libreros, que me dicen:
-El espacio que tengo en las mesas no es infinito. Lo libros que llegan de las editoriales que trabajan con ediciones de autor se quedan en el depósito sin abrir los paquetes.
-¿Y si alguien los pide? -pregunto.
-Les tengo que decir que está agotado -me contestan-. Si bajo al depósito para abrir los paquetes, descuido el local y me roban los libros.
Podemos seguir indefinidamente con el anecdotario, pero lo importante ya está dicho: más allá de las mejores intenciones de cada uno de los actores sociales involucrados, la exclusividad del mercado está produciendo graves daños en nuestro patrimonio literario. Se edita una fracción ínfima de los libros que se escriben y el criterio de selección no tiene que ver con la calidad sino con las expectativas de venta. Estas variables no necesariamente coinciden, como se ve con las ventas de los libros de autoayuda.
Nos preocupamos por el patrimonio arquitectónico y salvamos de la demolición a aquellas obras emblemáticas que el mercado inmobiliario quiere transformar en centros comerciales o en torres de departamentos. También creamos parques nacionales y reservas naturales para proteger nuestro patrimonio natural, cuando el mercado quiere arrasar los bosques o transformar nuestra fauna en tapados de piel.
Pero aún no estamos haciendo nada por salvar el patrimonio literario que todos los días se redacta y que se va perdiendo por falta de políticas públicas de protección.
Existen editoriales estatales en Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Cuba. Uruguay firma convenios internacionales para promocionar en el exterior los libros de sus editoriales estatales. Las hay en los diferentes Estados de México y además está su enorme Fondo de Cultura Económica. En Venezuela hay varias, como la muy importante Monte Ávila, el Perro y la Rana y la Colección Ayacucho. Estas editoriales tratan de publicar aquellas obras valiosas que no encuentran un lugar en el mercado. En un reciente debate en ese país, se planteó el desafío que significaba para el sector privado el competir con los precios bajos de las editoriales estatales. Es decir, que tenían que encontrar formas imaginativas de llegar al público con precios menores, en vez de la fácil solución de aumentarlos indefinidamente.
Se trata de una alternativa. Sin duda que hay otras posibles, como contratos de edición por parte de organismos públicos o una red de librerías estatales, como la que tuvo hace tiempo la Editorial Universitaria de Buenos Aires. Lo que realmente importa es recordar que el libro no puede ser vehículo de cultura si no hay políticas públicas al respecto.
Me llama la atención el que no estemos analizando propuestas sobre el tema. Y no me refiero solamente a los que ocupan cargos de gobierno. En estos días hay elecciones en la Argentina. Se presentan varios miles de candidatos para ocupar cargos electivos y todavía no conocemos la propuesta cultural de ninguno de ellos. Tanto el Gobierno como la oposición han olvidado que su función es discutir políticas públicas, no solamente candidaturas. ¿Los ciudadanos tendrán la energía necesaria para recordárselo?
jueves, 14 de mayo de 2009
NOTICIAS QUE VALE LA PENA COMPARTIR
Ester Marcos, DE 3ºLengua, envíó estos tres enlaces para compartir noticias interesantes
Hallada en Alemania la venus más antigua del mundo
La figura, tallada en marfil de mamut, muestra unos senos y una vulva desproporcionados, y data de hace 40.000 años
Cinco preguntas para Herschel, el telescopio espacial que verá lo invisible
La Agencia Europea del Espacio ha lanzado un observatorio con ojos infrarrojos que volverá visible lo que nunca lo ha sido
Hallada en Alemania la venus más antigua del mundo
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La Agencia Europea del Espacio ha lanzado un observatorio con ojos infrarrojos que volverá visible lo que nunca lo ha sido
miércoles, 13 de mayo de 2009
CONSTRUYENDO EL MAPA SEMIOLÓGICO DE DOLORES
Los chicos de Semiótica I están tratando de construir un "mapa semiológico de Dolores". Sobre estos sitios/lugares/espacios vamos a trabajar. Se acepta todo tipo de colaboración
martes, 5 de mayo de 2009
ENTREVISTA A JUAN JOSE MILLAS
Este artículo lo comparta Ester Marcos, de 3º Lengua
Cuando Juan José Millás saluda, fresco y radiante como si recién se hubiera despertado de la siesta, dan ganas de pedirle que se saque inmediatamente los zapatos para comprobar si lleva dos pares de calcetines, uno de lana y otro de nailon, para llevar “mejor sujetos los pies”, como uno de los protagonistas de su reciente libro de cuentos, Los objetos nos llaman (Seix Barral), que presentó en la Feria del Libro. Aunque el escritor español toma la materia prima de la realidad y la convierte en literatura para hacerla más digerible, Página/12 no se anima a hacer un pedido tan estrafalario.
Los breves relatos, 75 en total, tienen el poder de hacernos viajar por el revés de la realidad. Hay personajes que ven maniquíes que sudan y mujeres grandes que sueñan con hombrecillos; una caja de fósforos heredada alumbra un fantasma familiar, una puerta encontrada en la calle se convierte en una especie de tótem. Pero también aparece un escritor asediado por un amigo invisible que es crítico literario, otro señor que soñó que se comió unas bragas con cuchillo y tenedor, una viuda que no puede desprenderse de la ropa de su marido muerto y un taxista que se jacta de haber leído a Kant y las obras completas de Borges. Visitar el mundo de Millás, un arquitecto de la mirada oblicua, es caminar por calles conocidas como si fuera la primera vez. El lector se desplaza por un territorio amable, aunque en cualquier esquina pueda encontrarse, sin previo aviso, con lo siniestro.
Estructurados en dos partes, “Los orígenes” y “La vida”, los cuentos de Los objetos nos llaman podrían conformar una especie de novela subterránea.
“Todo libro de cuentos que vale la pena esconde una novela secreta. Para que un libro de cuentos sea un auténtico libro de cuentos, esos cuentos tienen que relacionarse entre sí, de manera que siendo cada cuento una unidad autónoma, la suma de todo dé lugar a otra unidad de signo mayor”, explica Millás. “El origen de este libro lo soñé. Yo trabajo mucho en esa zona del despertar donde tienes un pie en la vigilia y otro en el sueño. Me gusta ese estado, me resulta muy creativo. En uno de esos estados pensé en un libro de cuentos que tuviera la relación que tienen las calles en el casco antiguo de una ciudad medieval; cuentos que formaran una red por la cual el lector se puede perder como el caminante se pierde en la red de calles de una ciudad medieval.”
– ¿Por qué aparecen en varios cuentos personajes que ven “muertos en vida”?
– No sabría explicarlo con toda certeza. A lo mejor lo que es muerte es vida, o lo que es vida es muerte. Siempre me ha obsesionado mucho este tema, y porque no lo he resuelto lo sigo trabajando. Hoy me ha ocurrido una cosa curiosa en el avión, que seguramente dará lugar a un texto. Cuando me he despertado, la azafata me había dejado el papel de inmigración que hay que rellenar. Puse la fecha de nacimiento y a continuación imaginé que ponía la fecha de muerte. Me gustó fantasear con la idea de que en ese vuelo ya estábamos todos muertos y nos obligaban a poner la fecha de nuestra muerte, a pesar de que estábamos aterrizando en Buenos Aires. No sabría explicar esta idea, pero tiene que ver con esta tendencia mía a ver siempre del otro lado, a ver el forro de las cosas. Quizás el forro de la vida sea la muerte, o quizás el forro de la muerte sea la vida, vete a saber.
– ¿Cómo explica el hecho de que muchas veces los objetos hablan más de las personas que lo que cuentan las mismas personas?
– Los objetos que nos rodean se contagian de nuestra personalidad, de nuestra identidad. Es verdad que si tú quieres describir a una persona, serás más veraz si describes sus objetos. Pero hay algo más inquietante todavía y es la permanencia de la persona en el objeto. Por eso no sabemos qué hacer con los objetos de los muertos. No hay nada más desolador que llegar a casa, después de haber enterrado a un ser querido, y enfrentarse a sus zapatos. Porque tienes el sentimiento de que el muerto sigue ahí, por lo menos durante un tiempo. No somos conscientes de la relación que tenemos con los objetos y que ellos tienen con nosotros. A mí me fascina mucho la idea de que los objetos tienen una pequeña vida y que desde esa pequeña vida intentan comunicarse con nosotros. Esto lo ha trabajado muy bien Felisberto Hernández, que me encanta, y creo que es uno de los grandes cuentistas del siglo.
– Se anticipó a mi pregunta, justamente le iba a preguntar si le gustaba Felisberto: se nota en sus cuentos que sobrevuela el aura del escritor uruguayo.
– Sí, alguien que haya leído a Felisberto lo notará. Hay un libro de Tomás Eloy Martínez, Lugar común la muerte, donde hay un ensayo sobre Felisberto. Y cuenta una cosa increíble. En sus últimos días estaba pendiente del teléfono porque estaba esperando que lo llamaran para decirle que le habían dado el Premio Nobel (risas). Es un personaje muy curioso porque es uno de los pocos escritores que no tuvo un solo día de felicidad en su vida. Es curioso que siendo un escritor tan grande, sea tan poco conocido. Seguramente Cortázar y parte de Borges sería inexplicable sin Felisberto.
– A propósito de la felicidad, en uno de los relatos el narrador dice que no puede escribir una línea cuando está feliz, en cambio sí cuando tiene una sensación de malestar. ¿Usted también necesita del malestar para escribir?
– La escritura surge del conflicto: si no hay conflicto, no hay escritura. Igual que la lectura. Uno empieza a leer porque está mal. Por eso siempre digo que las campañas de lectura que se hacen son bien inútiles, porque un adolescente que está bien no lee, anda por ahí (risas). Se escribe para resolver algo, para desatar un nudo, para curar una herida, para entender algo, para entenderte a ti mismo. Por eso alguien que no tenga desacuerdo ninguno con el mundo podrá hacer otras cosas pero no escribirá. En ese sentido, es cierto que tiene que haber un malestar, o llámelo desacuerdo, extrañeza, inquietud, que es lo que te empuja a escribir.
– ¿La escritura le permitió explorar, parafraseando uno de sus cuentos, a todos los
“juanjos” que hay en usted?
– Bueno, en eso estamos, ¿no? (risas). Uno se pasa gran parte de la vida construyéndose, pero hay un punto en que se empieza a deconstruir, un punto en que uno deja de ser. Esta es una impresión que todavía no tengo muy bien verbalizada. Yo he hecho de la literatura un ejercicio de autoanálisis, de autoconocimiento. Lo que pasa es que a medida que uno hace ese autoanálisis también va cambiando e interactuando con su propia escritura.
– ¿Por qué en Los objetos nos llaman hay muchos viajes en taxi, pero no aparece el autobús o el metro?
– Lo hago por mi madre, a ella le daba mucha culpa utilizarlos porque, claro, su economía no era como para coger taxis, entonces lo ocultaba. Cuando iba con ella me decía: “a papá dile que hemos ido en metro” (risas). El sueño de mi madre era ir en taxis a todas partes. Creo que yo voy en taxi por ella, para que lo que hay en mí de ella lo disfrute. El taxi es un espacio muy extraño. Es una burbuja en la que dos personas que no se han visto nunca, y que seguramente no se van a volver a encontrar, conviven durante veinte minutos o media hora. Y además hablan estando uno de espaldas al otro y tratan de comunicarse a través de un espejo retrovisor. Siempre encuentro material para escribir un relato sobre taxis y taxistas.
– En esos relatos de taxis a veces aparece un tono irónico hacia la erudición, el taxista que lee a Kant y le pregunta al pasajero si conoce a Borges, pero también en otros cuentos los narradores dicen que no leyeron al Quijote o que no entendieron del todo a Shakespeare. ¿Cómo explica esta recurrencia?
– Hay una ironía sobre la sacralización y las unanimidades literarias. No hay cosa que me genere más rechazo que la unanimidad. La unanimidad es una de las cosas que perjudica mucho la lectura. Cuando empecé a leer, la lectura no estaba bien vista. Además, había libros oficialmente malditos que figuraban en el índice del Vaticano. Yo hacía de la lectura algo de ejercicio clandestino. Recuerdo haber leído bajo las sábanas, con una linterna, por las noches. Ahora está de acuerdo en que leer es bueno hasta el ministro del Interior. Si yo fuera adolescente en un mundo en que los docentes, los padres y el ministro del Interior estuvieran de acuerdo acerca de las bondades de la lectura, creo que no leería. Me fugaría a los videojuegos. Esa unanimidad que se manifiesta en torno de un libro hace un daño tremendo. Entonces ironizo un poco sobre esto. La lectura es un ejercicio privado y enormemente subjetivo, de manera que uno puede reconocer que hay obras maestras que emocionalmente no le llegan, y obras que sin ser maestras pueden haberte modificado la existencia. El canon es demasiado rígido y hay que aceptar siempre la posibilidad de un canon privado que haya tenido efectos mejores en uno que si hubieras seguido el canon público.
– Felisberto no está en el canon público, pero sí en su canon privado.
– No creo que Felisberto esté en ningún canon, y sin embargo a mí me amputas a Felisberto de mi biografía lectora y me has hecho polvo.
– En uno de los cuentos, “La metamorfosis”, el tío del protagonista lo llama para contarle que su mujer se ha convertido en hombre. ¿Es un homenaje o relectura del texto de Kafka, un autor muy importante en su biografía lectora?
– Conscientemente no. No lo había pensado... Puede que inconscientemente lo haya hecho, pero en ningún momento lo asocié con Kafka. Es una buena lectura que a mí no se me hubiera ocurrido.
– Además de Felisberto y Kafka, ¿qué otros autores conforman su canon privado?
– Cuando se tiene una biografía lectora larga es muy difícil resumir. Seguro que digo algunos nombres y después me voy a olvidar de otros. Cuando me hacen esta pregunta, nunca me sale Felisberto Hernández, quizá porque intento darle más satisfacciones a quien me pregunta. Tengo muchísimas lecturas que sin estar en el canon para mí han sido fundamentales, como es el caso de Patricia Highsmith, una autora importantísima, o John Le Carré, que cuando lo empecé a leer estaba mal visto, había que leerlo a escondidas, porque era un best seller. A veces cae sobre determinadas obras el estigma de ser un best seller y hace que mucha gente se prive de su lectura. Me estoy acordando de una novela que me gusta mucho, pero que nadie de mi entorno ha leído, El turista accidental, de Anne Tyler, una novela prodigiosa, pero sobre la que cayó también el estigma de best seller. Hay una historia de la literatura que está por escribirse, donde estaría Bartleby, el escribiente, El corazón de las tinieblas, Pedro Páramo, La metamorfosis, Los muertos, el cuento de Joyce...
Millás, entusiasmado por el tema, recuerda una conferencia que tituló Mamíferos e insectos. “El mamífero es un ser imperfecto que está siempre evolucionando en busca de la perfección. Por lo tanto, está mutando continuamente y tiene zonas necrosadas. El insecto, en cambio, es un animal que no evoluciona porque era perfecto hace tres millones de años. La cucaracha y el mosquito que encontrás en tu casa son idénticos a los que había hace tres millones de años. En este sentido, opongo el Ulises de Joyce versus La metamorfosis de Kafka. Son dos obras contemporáneas, publicadas con cuatro años de diferencia, y cada una parece el negativo de la otra. A nadie se le ocurriría hacer una edición que no fuera crítica del Ulises, con notas al pie de página, porque es un mamífero lleno de zonas necrosadas. No hay nada más contradictorio que una novela con notas al pie de página. Los mamíferos acaban siendo pasto de la academia, no del lector ingenuo. Y el lector que busca novelas es el lector ingenuo. Hay un estudio de la literatura sin escribir, que sería el de los insectos”, plantea el escritor.
– A propósito del cuento “Una vocación de clase media”, sobre un escritor que tiene un crítico imaginario, ¿qué le dice a usted su crítico imaginario?
– No es muy amable, y no debe serlo porque a veces me dice verdades, me dice lo que no está funcionando en medio del desconcierto. Cuando terminamos un libro es curioso la falta de discurso que tenemos. Lo vamos generando a medida que nos preguntan. En el trabajo narrativo, a diferencia del ensayo, hay mucho de impresión, de ir hacia un sitio porque me dice el olfato que vaya hacia ahí, pero me puedo equivocar. Siempre pienso lo diferente que es esta actividad respecto de otras. Ningún constructor de puentes puede dudar, tiene que estar seguro para que la gente pueda caminar y no se caiga, pero nosotros vemos qué pasa y a lo mejor el lector intenta pasar por nuestro puente y se hunde.
– Es la incertidumbre y el azar que no manejan el escritor ni el lector...
– Ni tampoco el crítico, porque esto es inherente a la historia de la literatura. Hay obras que no se escribieron con intención literaria y pasaron a la historia de la literatura, como la Biblia; la obra de Freud, que merecería estar en la historia de la literatura además de estar en la historia de la ciencia; El origen de las especies, que aparte de sus virtudes científicas es literaria. Además, lo que en una época resulta malo en otra es bueno. La literatura es un territorio muy inestable.
Por Silvina Friera
Fuente: Página 12
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Cuando Juan José Millás saluda, fresco y radiante como si recién se hubiera despertado de la siesta, dan ganas de pedirle que se saque inmediatamente los zapatos para comprobar si lleva dos pares de calcetines, uno de lana y otro de nailon, para llevar “mejor sujetos los pies”, como uno de los protagonistas de su reciente libro de cuentos, Los objetos nos llaman (Seix Barral), que presentó en la Feria del Libro. Aunque el escritor español toma la materia prima de la realidad y la convierte en literatura para hacerla más digerible, Página/12 no se anima a hacer un pedido tan estrafalario.
Los breves relatos, 75 en total, tienen el poder de hacernos viajar por el revés de la realidad. Hay personajes que ven maniquíes que sudan y mujeres grandes que sueñan con hombrecillos; una caja de fósforos heredada alumbra un fantasma familiar, una puerta encontrada en la calle se convierte en una especie de tótem. Pero también aparece un escritor asediado por un amigo invisible que es crítico literario, otro señor que soñó que se comió unas bragas con cuchillo y tenedor, una viuda que no puede desprenderse de la ropa de su marido muerto y un taxista que se jacta de haber leído a Kant y las obras completas de Borges. Visitar el mundo de Millás, un arquitecto de la mirada oblicua, es caminar por calles conocidas como si fuera la primera vez. El lector se desplaza por un territorio amable, aunque en cualquier esquina pueda encontrarse, sin previo aviso, con lo siniestro.
Estructurados en dos partes, “Los orígenes” y “La vida”, los cuentos de Los objetos nos llaman podrían conformar una especie de novela subterránea.
“Todo libro de cuentos que vale la pena esconde una novela secreta. Para que un libro de cuentos sea un auténtico libro de cuentos, esos cuentos tienen que relacionarse entre sí, de manera que siendo cada cuento una unidad autónoma, la suma de todo dé lugar a otra unidad de signo mayor”, explica Millás. “El origen de este libro lo soñé. Yo trabajo mucho en esa zona del despertar donde tienes un pie en la vigilia y otro en el sueño. Me gusta ese estado, me resulta muy creativo. En uno de esos estados pensé en un libro de cuentos que tuviera la relación que tienen las calles en el casco antiguo de una ciudad medieval; cuentos que formaran una red por la cual el lector se puede perder como el caminante se pierde en la red de calles de una ciudad medieval.”
– ¿Por qué aparecen en varios cuentos personajes que ven “muertos en vida”?
– No sabría explicarlo con toda certeza. A lo mejor lo que es muerte es vida, o lo que es vida es muerte. Siempre me ha obsesionado mucho este tema, y porque no lo he resuelto lo sigo trabajando. Hoy me ha ocurrido una cosa curiosa en el avión, que seguramente dará lugar a un texto. Cuando me he despertado, la azafata me había dejado el papel de inmigración que hay que rellenar. Puse la fecha de nacimiento y a continuación imaginé que ponía la fecha de muerte. Me gustó fantasear con la idea de que en ese vuelo ya estábamos todos muertos y nos obligaban a poner la fecha de nuestra muerte, a pesar de que estábamos aterrizando en Buenos Aires. No sabría explicar esta idea, pero tiene que ver con esta tendencia mía a ver siempre del otro lado, a ver el forro de las cosas. Quizás el forro de la vida sea la muerte, o quizás el forro de la muerte sea la vida, vete a saber.
– ¿Cómo explica el hecho de que muchas veces los objetos hablan más de las personas que lo que cuentan las mismas personas?
– Los objetos que nos rodean se contagian de nuestra personalidad, de nuestra identidad. Es verdad que si tú quieres describir a una persona, serás más veraz si describes sus objetos. Pero hay algo más inquietante todavía y es la permanencia de la persona en el objeto. Por eso no sabemos qué hacer con los objetos de los muertos. No hay nada más desolador que llegar a casa, después de haber enterrado a un ser querido, y enfrentarse a sus zapatos. Porque tienes el sentimiento de que el muerto sigue ahí, por lo menos durante un tiempo. No somos conscientes de la relación que tenemos con los objetos y que ellos tienen con nosotros. A mí me fascina mucho la idea de que los objetos tienen una pequeña vida y que desde esa pequeña vida intentan comunicarse con nosotros. Esto lo ha trabajado muy bien Felisberto Hernández, que me encanta, y creo que es uno de los grandes cuentistas del siglo.
– Se anticipó a mi pregunta, justamente le iba a preguntar si le gustaba Felisberto: se nota en sus cuentos que sobrevuela el aura del escritor uruguayo.
– Sí, alguien que haya leído a Felisberto lo notará. Hay un libro de Tomás Eloy Martínez, Lugar común la muerte, donde hay un ensayo sobre Felisberto. Y cuenta una cosa increíble. En sus últimos días estaba pendiente del teléfono porque estaba esperando que lo llamaran para decirle que le habían dado el Premio Nobel (risas). Es un personaje muy curioso porque es uno de los pocos escritores que no tuvo un solo día de felicidad en su vida. Es curioso que siendo un escritor tan grande, sea tan poco conocido. Seguramente Cortázar y parte de Borges sería inexplicable sin Felisberto.
– A propósito de la felicidad, en uno de los relatos el narrador dice que no puede escribir una línea cuando está feliz, en cambio sí cuando tiene una sensación de malestar. ¿Usted también necesita del malestar para escribir?
– La escritura surge del conflicto: si no hay conflicto, no hay escritura. Igual que la lectura. Uno empieza a leer porque está mal. Por eso siempre digo que las campañas de lectura que se hacen son bien inútiles, porque un adolescente que está bien no lee, anda por ahí (risas). Se escribe para resolver algo, para desatar un nudo, para curar una herida, para entender algo, para entenderte a ti mismo. Por eso alguien que no tenga desacuerdo ninguno con el mundo podrá hacer otras cosas pero no escribirá. En ese sentido, es cierto que tiene que haber un malestar, o llámelo desacuerdo, extrañeza, inquietud, que es lo que te empuja a escribir.
– ¿La escritura le permitió explorar, parafraseando uno de sus cuentos, a todos los
“juanjos” que hay en usted?
– Bueno, en eso estamos, ¿no? (risas). Uno se pasa gran parte de la vida construyéndose, pero hay un punto en que se empieza a deconstruir, un punto en que uno deja de ser. Esta es una impresión que todavía no tengo muy bien verbalizada. Yo he hecho de la literatura un ejercicio de autoanálisis, de autoconocimiento. Lo que pasa es que a medida que uno hace ese autoanálisis también va cambiando e interactuando con su propia escritura.
– ¿Por qué en Los objetos nos llaman hay muchos viajes en taxi, pero no aparece el autobús o el metro?
– Lo hago por mi madre, a ella le daba mucha culpa utilizarlos porque, claro, su economía no era como para coger taxis, entonces lo ocultaba. Cuando iba con ella me decía: “a papá dile que hemos ido en metro” (risas). El sueño de mi madre era ir en taxis a todas partes. Creo que yo voy en taxi por ella, para que lo que hay en mí de ella lo disfrute. El taxi es un espacio muy extraño. Es una burbuja en la que dos personas que no se han visto nunca, y que seguramente no se van a volver a encontrar, conviven durante veinte minutos o media hora. Y además hablan estando uno de espaldas al otro y tratan de comunicarse a través de un espejo retrovisor. Siempre encuentro material para escribir un relato sobre taxis y taxistas.
– En esos relatos de taxis a veces aparece un tono irónico hacia la erudición, el taxista que lee a Kant y le pregunta al pasajero si conoce a Borges, pero también en otros cuentos los narradores dicen que no leyeron al Quijote o que no entendieron del todo a Shakespeare. ¿Cómo explica esta recurrencia?
– Hay una ironía sobre la sacralización y las unanimidades literarias. No hay cosa que me genere más rechazo que la unanimidad. La unanimidad es una de las cosas que perjudica mucho la lectura. Cuando empecé a leer, la lectura no estaba bien vista. Además, había libros oficialmente malditos que figuraban en el índice del Vaticano. Yo hacía de la lectura algo de ejercicio clandestino. Recuerdo haber leído bajo las sábanas, con una linterna, por las noches. Ahora está de acuerdo en que leer es bueno hasta el ministro del Interior. Si yo fuera adolescente en un mundo en que los docentes, los padres y el ministro del Interior estuvieran de acuerdo acerca de las bondades de la lectura, creo que no leería. Me fugaría a los videojuegos. Esa unanimidad que se manifiesta en torno de un libro hace un daño tremendo. Entonces ironizo un poco sobre esto. La lectura es un ejercicio privado y enormemente subjetivo, de manera que uno puede reconocer que hay obras maestras que emocionalmente no le llegan, y obras que sin ser maestras pueden haberte modificado la existencia. El canon es demasiado rígido y hay que aceptar siempre la posibilidad de un canon privado que haya tenido efectos mejores en uno que si hubieras seguido el canon público.
– Felisberto no está en el canon público, pero sí en su canon privado.
– No creo que Felisberto esté en ningún canon, y sin embargo a mí me amputas a Felisberto de mi biografía lectora y me has hecho polvo.
– En uno de los cuentos, “La metamorfosis”, el tío del protagonista lo llama para contarle que su mujer se ha convertido en hombre. ¿Es un homenaje o relectura del texto de Kafka, un autor muy importante en su biografía lectora?
– Conscientemente no. No lo había pensado... Puede que inconscientemente lo haya hecho, pero en ningún momento lo asocié con Kafka. Es una buena lectura que a mí no se me hubiera ocurrido.
– Además de Felisberto y Kafka, ¿qué otros autores conforman su canon privado?
– Cuando se tiene una biografía lectora larga es muy difícil resumir. Seguro que digo algunos nombres y después me voy a olvidar de otros. Cuando me hacen esta pregunta, nunca me sale Felisberto Hernández, quizá porque intento darle más satisfacciones a quien me pregunta. Tengo muchísimas lecturas que sin estar en el canon para mí han sido fundamentales, como es el caso de Patricia Highsmith, una autora importantísima, o John Le Carré, que cuando lo empecé a leer estaba mal visto, había que leerlo a escondidas, porque era un best seller. A veces cae sobre determinadas obras el estigma de ser un best seller y hace que mucha gente se prive de su lectura. Me estoy acordando de una novela que me gusta mucho, pero que nadie de mi entorno ha leído, El turista accidental, de Anne Tyler, una novela prodigiosa, pero sobre la que cayó también el estigma de best seller. Hay una historia de la literatura que está por escribirse, donde estaría Bartleby, el escribiente, El corazón de las tinieblas, Pedro Páramo, La metamorfosis, Los muertos, el cuento de Joyce...
Millás, entusiasmado por el tema, recuerda una conferencia que tituló Mamíferos e insectos. “El mamífero es un ser imperfecto que está siempre evolucionando en busca de la perfección. Por lo tanto, está mutando continuamente y tiene zonas necrosadas. El insecto, en cambio, es un animal que no evoluciona porque era perfecto hace tres millones de años. La cucaracha y el mosquito que encontrás en tu casa son idénticos a los que había hace tres millones de años. En este sentido, opongo el Ulises de Joyce versus La metamorfosis de Kafka. Son dos obras contemporáneas, publicadas con cuatro años de diferencia, y cada una parece el negativo de la otra. A nadie se le ocurriría hacer una edición que no fuera crítica del Ulises, con notas al pie de página, porque es un mamífero lleno de zonas necrosadas. No hay nada más contradictorio que una novela con notas al pie de página. Los mamíferos acaban siendo pasto de la academia, no del lector ingenuo. Y el lector que busca novelas es el lector ingenuo. Hay un estudio de la literatura sin escribir, que sería el de los insectos”, plantea el escritor.
– A propósito del cuento “Una vocación de clase media”, sobre un escritor que tiene un crítico imaginario, ¿qué le dice a usted su crítico imaginario?
– No es muy amable, y no debe serlo porque a veces me dice verdades, me dice lo que no está funcionando en medio del desconcierto. Cuando terminamos un libro es curioso la falta de discurso que tenemos. Lo vamos generando a medida que nos preguntan. En el trabajo narrativo, a diferencia del ensayo, hay mucho de impresión, de ir hacia un sitio porque me dice el olfato que vaya hacia ahí, pero me puedo equivocar. Siempre pienso lo diferente que es esta actividad respecto de otras. Ningún constructor de puentes puede dudar, tiene que estar seguro para que la gente pueda caminar y no se caiga, pero nosotros vemos qué pasa y a lo mejor el lector intenta pasar por nuestro puente y se hunde.
– Es la incertidumbre y el azar que no manejan el escritor ni el lector...
– Ni tampoco el crítico, porque esto es inherente a la historia de la literatura. Hay obras que no se escribieron con intención literaria y pasaron a la historia de la literatura, como la Biblia; la obra de Freud, que merecería estar en la historia de la literatura además de estar en la historia de la ciencia; El origen de las especies, que aparte de sus virtudes científicas es literaria. Además, lo que en una época resulta malo en otra es bueno. La literatura es un territorio muy inestable.
Por Silvina Friera
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