domingo, 30 de agosto de 2009

Prevén desaparición de 34 lenguas en Bolivia


De las 34 lenguas que actualmente se hablan en Bolivia, veinticinco afrontan un proceso irreversible de extinción que desembocará en su desaparición total en los siguientes años. «Antes de 2100 —según afirma el lingüista holandés Pieter Muysken— quedarán sólo nueve».

Junto a un equipo de expertos bolivianos y holandeses, Muysken efectúa desde 2000 una amplia investigación lingüística en Bolivia, fruto de la cual el pasado 19 de agosto presentó el libro Lenguas de Bolivia: ámbito andino —escrito junto a Mily Crevels— y que será el primero de una serie de cuatro trabajos previstos para los siguientes años.

«Una de las principales causas —comenta el investigador— que provocan la desaparición de idiomas es la económica, es decir que la falta de recursos y fuentes de trabajo obliga a etnias enteras a emigrar y poco a poco perder sus rasgos culturales e idiomáticos».

El autor explica que para establecer el grado de riesgo de una lengua se debe analizar el porcentaje de hablantes, su edad media, el número de niños que la aprenden, el tamaño del grupo étnico que la practica y su situación social.

«La mayoría de las lenguas nativas de Bolivia —señala Muysken— están seriamente amenazadas. La esperanza es que hasta fines de este siglo (2100) sobreviva apenas el veinte por ciento o un poco más. Calculamos que unas nueve, máximo».

Según el texto presentado por el holandés, los únicos idiomas con potencial para subsistir a un futuro mediato y lejano son: quechua, aymara, chipaya, guarayo, guaraní-chiriguano, weenhayek, tsimane, yurakaré y besiro (chiquitano).

De acuerdo con el experto, para establecer el pronóstico de vigencia de un idioma o dialecto se debe hacer una rigurosa evaluación de datos demográficos. Asegura que «es imprescindible hacer una distinción entre los miembros de la población o etnia y los hablantes que practican la lengua».

«Por ejemplo —agrega Muysken—, hay un caso de una comunidad urus en los Andes de Oruro. Esta etnia, como su lengua misma, se disolvió porque sus habitantes fueron absorbidos por otros grupos, debido a causas socioeconómicas. El nivel del lago Urus en torno al cual vivieron históricamente subió y bajó repentinamente, provocando desórdenes agrícolas. La gente fue abandonando la zona y ahora sólo quedan doce personas auténticamente urus, y ya están altamente influenciados por el aymara».

Una situación similar ocurre con la etnia canichana, ubicada en la región de la amazonia, y de la que ninguno de sus cuatrocientos miembros actuales aprendió su lengua originaria que sí hablaban sus abuelos y antecesores inmediatos.

«Sólo en muy pocos casos —dice el especialista— el número de hablantes es casi igual al número de miembros de la comunidad». Por ejemplo, la población quechua llega a 1.555.641 habitantes en todo el país, de los cuales 1.540.833 hablan efectivamente ese idioma.

El desprecio de la lengua materna es otra de las causas de la desaparición.«En el pasado muchas han sido ‘matadas’ por el menosprecio, porque la gente pensaba que si las hablaban la sociedad iba a tratarlas con menoscabo».

Muysken advierte que los datos y estadísticas que maneja en su libro pueden diferir de otras indagaciones. «Por ejemplo, hay una publicación de Xavier Albó que toma datos del Censo de 2001 y establece la existencia de 150 hablantes de la lengua uru (uchumataqu), aunque nosotros pensamos que ya no hay nadie que lo haga efectivamente. Como en otras consideradas extintas, hay personas que saben palabras y frases, pero no las usan en su comunicación diaria».

Según el experto, hay gente que informa que aún habla su idioma materno cuando en realidad no lo hace, ya que sólo recuerda palabras sueltas.

«Esto causa informes contradictorios, y por eso hay libros que dan por perdido a un idioma mientras que para otros aún está vivo. Lo bueno es que si aún se conoce, aunque sea partes, hay esperanzas de que los comunarios lo reaprendan».

El lingüista asegura que para salvar lenguas en grave riesgo, o por lo menos conservar registros (cuando no grupos que la practiquen), «se tiene que trabajar en la documentación escrita y a través de grabaciones, y en la elaboración de vocabularios que sirvan después para concienciar y enseñar a las comunidad a mantener esta herencia invaluable».

Fuente: elcastellano.org

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